Mientras Luisito anda alegre y muy motivado por su última adquisición, su vecina Margarita pone lúgubre el rostro cuando sabe la noticia y esquiva cualquier diálogo que rememore el tema.
A medida que él va orondo por las calles del barrio, roba miradas de las jóvenes y activa los sueños de algún emprendedor, ella reza el Padre Nuestro y pide a Dios por otros que andan en esos menesteres.
Con este paso del joven, el asunto de los riquimbilis es nuevamente suceso en la comunidad. La otra vez fue cuando Marcos, el hijo de Margarita, se accidentó en uno de esos artefactos inventado por él mismo.
Luego de largos meses de reunir un hierro por aquí, una llanta por allá, de comprar un motor viejo, unas planchas de aluminio, angulares, un timón en desuso y una significativa cantidad de tornillos, tuercas, cristales, así como un sinnúmero de piezas, la armazón cogió forma.
Restos de viejas fábricas, recortes de chatarras y residuos de carros en desuso adquirieron solidez en muchos hogares cubanos y ya hoy ruedan por calles y carreteras de todo el archipiélago.
La casa de Luisito se convirtió en un taller que “a cualquier hora del día, la noche o la madrugada se llenaba de curiosos, expertos, consejeros y especialistas en la materia de ensamblar un vehículo a la cubana”, nos confiesa sonriente el muchacho.
Adquirir un automóvil es normal en otras partes del mundo; sin embargo, en Cuba se convierte en una quimera para un elevadísimo por ciento de la población. “La mayoría de los cubanos ve esfumarse su salario y lo poco que puede ahorrar en sobrevivir alimenticiamente. No hay más nada. Hay que inventar”, dice Luisito.
“La suerte han tenido algunos herederos de almendrones, otros que recibieron un auto por su participación en la zafra cañera, un atleta de alto rendimiento, alguno que fue dirigente o en alguna misión internacionalista. También están los emprendedores de nuevo tipo, que lograron reunir lo necesario para los elevados precios de los carros.”
Es cierto que en fecha tan reciente como el “año 2014 se autorizó en Cuba la compraventa de automóviles; solo que el costo es inaccesible al cubano común. Ni aunque trabaje por treinta o cuarenta años, o toda la vida. No da.”, confiesa el joven.
De esta manera, se han tenido que acomodar a la realidad e inventar estos artilugios que han recibido el nombre de riquimbilis. El fenómeno que primeramente muchos pronosticaron para las zonas rurales, también fructificó en las ciudades.
Hurgando en las redes y en las calles, encontramos coincidencias en las propiedades técnicas de estos artefactos rodantes; aunque se nos presentan de disímiles formas y con variados usos. Los hay de dos ruedas, pero también existen de tres y cuatro neumáticos.
El motor puede ser de diferente tamaño, si bien los más frecuentes son los de moto-sierra, turbinas o moto-mochila, casi todos de un cilindro. La trasmisión es por correas, no obstantetambién existen de cadenas. Pueden alcanzar velocidades de hasta 80 kilómetros por hora, y como combustible emplean gasolina o petróleo.
Pese a las estrategias para el ensamblaje los poseedores de estas máquinas debieron mostrar una factura o comprobante sobre el origen de las partes y piezas con que se articuló el equipo. Si se carecía de este documento era obligatoria la presentación de una Declaración Jurada, refrendada por la Comisión facultada en el desarrollo del proceso en cada territorio.
Lo lamentable es que, más allá de la revisión pertinente, muchos de estos artilugios han sido armados sin cumplir los parámetros técnicos. A veces los dueños se las ingenian y evaden la rigurosidad en la inspección, lo que ha originado no pocos accidentes del tránsito; incluso con saldos humanos muy lamentables.
Más allá de que para su circulación legal sea indispensable un aval acreditativo del estado técnico, que otorga la Planta de Revisión o Somatón, no son pocos los que dejan mucho que desear respecto a su funcionamiento e imagen.
“Algunos de estos propietarios son empíricos, con desconocimiento o escaso dominio de los requerimientos adecuados. Muchos choferes son novatos y cuando se ven en un aparato de esos se creen pilotos de Fórmula Uno”, así nos dice Rogelio, un mecánico con más de 45 años de experiencia.
Tras su jubilación, no soportó el escaso monto de la pensión y se inventó otras fuentes de ingreso. “Nada mejor para buscar un dinerito extra que con lo único que sé hacer: armar y desarmar carros”.
El Sastre, como le dicen a Rogelio, ya ha ensamblado seis de estos vehículos y “por ahí tengo dos o tres más que ya pasaron el Registro, pero que necesitan un retoque. Lo que sí te garantizo es esos que yo armo son renombrados en toda la nación.”
Metido en un overol azul y detrás de unos gruesos espejuelos el hombre se enorgullece: “Esos no fallan. Sé lo que hago. No trabajo con materias primas malas. Ahí va mi reputación. Si cobro caro, según dicen algunos, es porque la calidad y el conocimiento tienen precios.”
“Una gran verdad es que lanzarse a armar uno de estos cachivaches no es cosa de dos o tres pesos. Los que saben del tema ponen valores altos a su mano de obra. Y si les suman las piezas y componentes, casi es mejor comprarse uno ya hecho u otro tipo de carro”, acota Luisito.
Otros sí han derrochado talento para hacer de su vehículo un atractivo social que compita, en belleza y pulcritud, con el más moderno de los que ahora mismo ruedan por cualquier vía cubana.
“A estas alturas muy pocos lucen como se debe. Los hay con mucho glamur y comodidad, mientras otros provocan ciertosaires de inseguridad. He visto dos o tres muy descompuestos, mal ataviados”, declaró Yula, mientras acabada de descender de uno de esos carricoches. “¿Dicen que este fenómeno no es exclusivo de nuestro país?”, indagó la joven, un poco nerviosa aún.
Los habitantes rurales de otras naciones también se ven obligados a inventarse estos aparatos para hacer más llevadera la vida monte adentro y por escabrosos terrenos. Por esos lares extranjeros se les conoce como paco-paco, jabiraca, espantacao, waripolas o trespatás.
Ver los miles de riquimbilis existentes en Cuba produce una mezcla de tristeza, reconocimiento y comicidad. Son tres sabores distintos al mismo tiempo: la pobreza y la penuria social por un lado, el talento y el emprendimiento por el otro, y la innata cualidad del cubano para encontrarle el lado satírico a cualquier tropezón; amén de que se mueva a lo Pedro Picapiedras.
Un paso gubernamental esencial fue la materialización, por única ocasión y de manera excepcional, del proceso de legalización de estos vehículos de motor, así como remolques y semirremolques ensamblados.
Incluso, antes de la publicación en la Gaceta Oficial de la República de Cuba de la Resolución No. 200/21 del Ministerio de Transporte, que estipula el procedimiento para este proceso, había miles de estos híbridos que ya rodaban de forma ilegal, prestando servicios imprescindibles en las comunidades montañosas.
Son más de 40 000 los vehículos ensamblados por partes y piezas que ya han sido homologados en este país. A medida que sus dueños dan los toques técnicos finales, a sugerencia de la Comisión facultada, son más frecuentes en las vías.
“No hay dudas. La aparición de los riquimbilis ha sido un respiro para muchos de los más necesitados, sobre todo familias campesinas. Aunque prefiero no montarlos”, apostilla finalmente Margarita, sin abandonar el recelo en el rostro.
¡Que se multipliquen en la geografía cubana! ¿Por qué no? Es ideal que circulen por las vías; pero con seguridad, confort y belleza. No hay dudas de que, con el paso del tiempo, ese será también un cimiento para la identidad del cubano.
(Foto Tomada del perfil en Facebook: COMPRA Y VENTA DE CICLOMOTORES Y RIQUIMBILIS EN HOLGUIN Y LOS ALREDEDORES)
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