En el año 2014 salió a la palestra una composición del cantautor cubano Leonardo Torres que lleva por título “Si yo fuese tú”. La obra musical se pegó entre los seguidores de Leoni y hasta propició más de un piropo furtivo y parodiado; o alguna indirecta a determinado caballero poseedor del corazón de una de esas anheladas criollitas que, al pasar, provocan suspiros, miradas clandestinas e incontrolables fantasías.
El tema viene a colación cuando veo a alguien que, hasta hace muy poco, era estrecho y popular amigo; sin embargo, fue ascendiendo en sus cargos, obligaciones y responsabilidades, y también se acrecentó la distancia que lo unía a ese nutrido grupo de chicos y chicas que ha crecido fusionado, resistiendo la vida desde que contábamos edades infantiles.
Pido prestada la frase al afamado artista antillano para exponer algunas confesiones al conocido de marras, con la esperanza de que pueda leerlas. Quizás sonría con un esbozo de indiferencia, se le remueva el corazón catalogando de crudas las palabras o, en el menos sorprendente de los casos, haga mofa delante de su nuevo círculo de amistades.
Posiblemente otro de esos personajes que les circundan lea estas oraciones, vea su reflejo en las mismas y el nivel de autocrítica le permita proyectarse por elevar su calidad humana y transformar su proceder social.
Entonces, déjame llamarte “todavía amigo”: si yo fuese tú, nunca pondría barreras en las amistades que fomentamos desde niños, ni evadiera los afectuosos saludos de aquellos que fuimos grandes amigos, de los que compartimos la guayaba, el pan con aceite o las duras galletas de la escuela al campo. No olvides las promesas que nos hicimos de atesorar secretamente muchas de las fechorías del grupo o las hazañas de esos tiempos difíciles en que nos auxiliamos, más que con ropas, zapatos y comida, con cariño, camaradería y modestia.
Si yo fuese tú, de cuando en cuando, visitara a esas madres, que ya peinan canas; que en nuestros tiempos de adolescentes, en sus casas nos acogían luego de mataperrear el día entero, y nos sorprendían con los mejores refrescos de naranja agria, frituritas de boniato o el dulce de ciruelas que tanto te gusta. Todavía muchas de ellas justifican tu ausencia con que tienes muchas responsabilidades y poco tiempo libre; incluso, para tu familia más cercana.
Si yo fuese tú, quizás no levantaría esos inmensos muros que más que resguardar, aíslan tu casa del resto de los vecinos. Tu vivienda es zona vedada para los demás. Solo algunos ajenos pueden entrar cuando lo decides y, también sabemos que deben anunciarse con mucha antelación o solo esperar que los invites. Eso nunca lo hicimos: llegábamos a tu casa y ya. O tocabas a la puerta nuestra y punto: “Aquí estamos. A lo que vinimos.” Todo sin ese protocolo, ni esa formalidad que has impuesto a la usanza de otras latitudes.
Si yo fuese tú, un día más que otro, caminaría el barrio, para ver cómo y de qué vivimos. Le daría la mano al abuelo que te ve o te siente pasar, bien temprano o a altas horas de la noche, en ese auto que te asignaron y al que ya pusiste oscuros sus cristales. ¿Recuerdas cuando nos robábamos el caballo del viejito peleón, o la bicicleta de tu tío o cuando dejamos los pellejos de los codos y las rodillas en la calle con la chivichana que nos regaló el mecánico del taller?
Si yo fuese tú, enseñaría a mis hijos que se relacionen con los niños del barrio, con sus primos, y con los hijos de los antiguos amigos, que también son su familia. Los sacaría de esa burbuja. Sé que a veces quieren irse a jugar; pero ni tú, ni tu esposa, ni “la señora que los ayuda en la casa, ni el hombre que trabaja en tu jardín y hace tus mandados”, esos que antes se llamaban criados, los dejan. Quizás defiendes la idea de que es mejor que traten con los niños de tus compañeros, de esos que están a tu altura. Lleva a tu niño un día a pie a la escuela y el domingo jueguen a la pelota juntos. Recoge a la niña en la tarde y siéntate en el parque con ella un rato.
Si yo fuese tú, iría al mercado, a la bodega, a las colas, al consultorio, a la panadería, a la cafetería, al timbiriche del parque. ¿Por qué no acompañas a tu chofer a la ponchera, o cuando lleva el carro al mecánico o a recoger la “búsqueda” en el almacén de tu socio? Trimestralmente, aunque sea, monta en una guagua, sube a un camión, paga un pasaje en un almendrón, siente la transpiración del obrero, escucha el desespero de una anciana jubilada, porque su chequera es pírrica delante de los precios actuales.
Si yo fuese tú, alguna vez me pondría en riesgo de que un carterista haga el día con mi celular o con mi billetera. Acepta que un criollo de más de seis pies roce a tu mujer voyerísticamente o que se pegue por detrás de ti al pasar, mientras en otro extremo de la camioneta, alguien te grite a garganta abierta y con la peor forma que imagines: “Oye, el bien vestido: Córrete pa’l final, papa, que eso está vacío ahí y cabe más gente”.
Si yo fuese tú, saldría al sol, sudara la guayabera, dejaría por unos instantes el aire acondicionado de la casa, del carro, de la oficina. Me curtiera con ese clima tropical que tanto pregonas en tus encuentros con foráneos. Me sumergiría en los baches de lo cotidiano, pagaría con mi salario las escaseces en los bolsillos y en las despensas, los bostezos de las familias, las ausencias culinarias. Lloraría por el anuncio de los que parten con un destino incierto que los lleva por una travesía que muerde, desgarra y acecha; aunque al final llegue con un sabor lejano, lleno de nostalgia.
Si yo fuese tú, al regresar de ese viaje que das cada cierto tiempo; aparte de las pacotillas que regalas a tu chofer, a tu secretaria y a dos o tres que te aplauden, sumado a esa parafernalia que satura tu vivienda, al ron caro que le trajiste al socio, al perfume exclusivo para “quien tú sabes”; también pondría unas tabletas para la viejita asmática de la esquina, las vitaminas que necesitan los cuatro muchachos de aquella joven que conoces desde nuestros tiempos o los espejuelos que tu abuela solicita a viva voz a los cuatro vientos. “Mi nieto no me las trae porque no las encuentra”, dijo ayer la vieja a una amiga.
Si yo fuese tú, no dudaría de que es allí donde late, sencilla y francamente, el verdadero cubano. Es ahí donde auscultas el auténtico pulso de lo que todos los días sentimos los de abajo, esos que muchos indolentes y desalmados llaman, encaramados en su cúspide, “Los de a pie”. Te invito a que seas intrépido, como en los viejos tiempos: atrévete a vivir la odisea diaria de la gran mayoría.
Si yo fuese tú, no me alteraría cuando alguien como yo, cambie la famosa sentencia guevariana, y te diga frente a frente, que, como otros tantos, de manera impúdica la llevas en los labios, estás viviendo de ella y no la tienes en el corazón, listo para morir por ella.
Si yo fuese tú, no esquivara mi mirada tras aquella intervención pública que, entre nosotros, catalogaste de histórica, impactante y muy aplaudida. Y te sonrojaste más aún cuando te troqué la frase martiana de los verdaderos hombres: “Estás del lado del que vive mejor, no del lado donde está el deber”, te dije. A seguidas, hiciste despertar tu lado iracundo para gritarme que ese fue el tapón final para nuestra amistad.
Si yo fuese tú, estaría orgulloso de desempeñar un cargo público, notorio, popular. Aplaudimos tus ascensos, y hasta de orgullo hablamos entre los de aquel piquete de gente alegre y unida. Muchos se han ido de la patria que llevan tatuada en las entrañas, otros andan por distintas partes de Cuba, todos seguimos siendo los mismos: la boquisucia, el comilón, el jevoso, la de los espuejuelos, el perezoso, la puntualita, el guapo, el intelectual, el cojo, la dormilona… Cada uno por su rumbo; pero con buena memoria y mucha esplendidez en el alma. Cuando te conviertes en el centro de debate, entre chats, abrazos, videollamadas, estrechones de manos, besos, tragos y bromas, te evocamos con pena porque eres el gran ausente.
Si yo fuese tú, abriría un tiempo en lo que llamas tu “apretada agenda de trabajo víctima de reunionismos y contratiempos”, y leyera despacio estas revelaciones que son el deshago de los que te queremos desde toda la vida.
Amigo todavía: No nos molesta tu realización como un profesional, no envidiamos que crezcas como ser humano; nos duele la ausencia de sencillez y modestia. Lastima la metamorfosis que serrucha las entrañas de la gente que creemos buena. Ni por asomo pretendemos subir a tu ganada altura. Tú nos conoces. Anhelamos que, de vez en vez, bajes a nuestro corazón, a las raíces que, a pesar de que te sostienen, al parecer has olvidado.
Y aunque ya hasta te aborrezca que te tuteen, acudo otra vez a la letra musical de Leoni para remachar el final: “Si yo fuese tú sería más yo; pero no lo soy.”
✍️ El Cope
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