Salí a disfrutar mi primer día, de los diez, que estaríaen Varadero, la playa más linda de Cuba. Fue elPremio al reportaje: “Entre perros y gatos”.Hablaba del desamor de los cubanos a los animales. Jamás imaginé lo que viviría esa tarde.
Desde la orilla del mar me sentía un tiburón. La arena pegada al cuerpo mojado de una mulata derretía mi mirada de guajiro. Sus pasos eran lentos, sensuales, provocativos. “-Bebé ¿eres real o estás de visita en mi planeta tierra?- pregunté cuando pude hablar. “-Me llamo Rosa.”- Dijo. Se tocó ellabio inferior con su dedo índice y regaló unaenorme sonrisa.
El deseo de hinchar mi hombría sobre su vientre se estrujo en mi cerebro. Disimulé tan bien mis intenciones que ella aceptó una cerveza. Sentada a mi lado cruzó las piernas y puso el celular en su muslo derecho. Conversamos. Ella hablaba mientras yo me bebía su sonrisa, retozaba con el perfume de su piel, jugaba con el aroma de su voz, de sus labios……. cuando ocurrió la tragedia. Una llamada. Una maldita llamada engurruñó la tarde.
“-Ven rápido, por favor. Si demoras no la verásviva. Por lo que más quieras, no tardes. Susi está muy mal. La estoy viendo morir.”-
Era la voz desesperada de un hombre desesperado.Se levantó como un rayo y corrió. Yo no sabía a dónde ni por qué, pero corrí detrás de ella. A pocos metros recogió un bolso. Con prisa se puso la ropa. Reanudó la carrera en busca de un auto. Dos gruesas lágrimas dejaron sus huellas en el pavimento: “Susi, no puede morir”- Repetía. El dolor le quemaba el pecho. No pude dejarla sola.
A la media hora me vi, en short y chancleta en manos, en el portal de una vivienda de un barrio deVaradero. Ella se detuvo en el umbral. Temía enfrentar la realidad. Se mordía las puntas de los dedos, cerraba y abría los ojos, en busca de despertar de una posible pesadilla. Pero no. Los vecinos la miraban con lástima.
Del interior de la casa se escuchó un grito desgarrador: “-Coño, llamen otra vez al médico”- Luego un silencio escalofriante, roto por los pasosrápidos de un hombre con bata blanca que entró al recinto.
Una mujer se acercó a nosotros. Le dijo bajito: “-¿Cómo te enteraste?- La Respuesta quedó inconclusa por otro grito, salido del interior de la casa. Nadie se atrevió a moverse. “-Es terrible lo que está sucediendo, pero debes tener confianza”- La animaban con ternura, Todos estábamos sembrados en la entrada de la puerta. Hasta que, al fin, el médico apareció en la puerta con sangre en sus manos. Miró a Rosa. Luego:
“-Dale, entra. Mírala tú misma”-
La mulata se olvidó de mí, pero yo no. Entré con ella a la misma velocidad. Lo que vi jamás lo olvidaré.
Rosa abrazó con todas sus fuerzas a Susi. La besó, una dos, tres, miles de veces. Lloraba sin consuelo encima de ella, hasta que el médico logró apartarla.
Entonces, Susi, movió la colita y fue hasta donde estaban los 5 perritos que acababa de parir.
De regreso a mi habitación sentí deseos de regalarle a Rosa un jardín entero. Escribía la crónica: Una tarde de perro, cuando el timbre de la puerta sonó. ¿Quién es?- Nadie respondió. Abrí.
Al otro día me levanté más temprano, más hombre, más humano.
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